Las dos mujeres protagonistas brillan con una intensidad a la que los secundarios apenas pueden aspirar.El escritor toma a los dos tipos por excelencia de la mujer en su tiempo, el dócil ángel del hogar y la maléfica femme fatale, y los conjuga de modos extraños e ingeniosos.En Amelia encontramos todas las virtudes de la mujer modelo: dulzura, obediencia, sencillez, acompañados de una generosa dosis de estupidez y cabezonería. En Becky encontramos todos los defectos de la perdida: ligera de cascos, manipuladora pero a la vez esclava de sus pasiones, avariciosa, pero al mismo tiempo inteligente y con una valentía fuera de lo común.
Se presentan a dos personajes que, dentro del estereotipo que aparentaban emular, se manifiestan de maneras inesperadas.
Becky Sharp sólo tiene miedo a una cosa: a la pobreza. Utilizará todos sus trucos, todos sus recursos, para garantizarse una seguridad económica, aunque para ello tenga que sacrificar valores, amistades y su propio entorno social. Sharp es una pícara sin apenas conciencia, sabia con los recursos que su feminidad le confiere. Es interesante asimismo cómo Becky utiliza de manera descarada sus encantos, de una manera eficiente y provechosa, a pesar de que se nos describe como una criatura menuda y no especialmente agraciada, poseedora, eso sí, de unos enormes y brillantes ojos verdes y de un sentido del humor ocurrente, además de buenas dotes para la danza, el canto y el arte del entretenimiento en general.
Si bien sus ardides acaban volviéndose en su contra, no terminan de condenarla, obteniendo finalmente el perdón y el apoyo financiero de un hijo al que ella misma había ninguneado. Sin embargo, el carácter sumiso y afectuoso de Amelia sólo le acarrean miseria tras miseria, e incluso su supuesto y merecido final feliz no termina de convencer, ni al lector ni a ella misma.
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